Por Alfonso Olvera
Distrito Puebla Sur
Aunque yo no había sido bautizado cuando estudié en la BUAP, ni creía que
alguna asociación religiosa en particular tuviera ventaja sobre el resto, sí
estaba convencido de la existencia de Dios, de la salvación por gracia y de la
justificación por la fe en Cristo. Como muchos jóvenes de mi edad, trataba de
encontrar el sentido de la vida en una mezcla de Cristianismo con filosofías
orientales, pero encontraba difícil de conciliar mis ideas con el pensamiento científico
moderno. Admito que durante las innumerables discusiones de carácter ético que
sostuve con mis amigos, con frecuencia oculté mis creencias. No es que
simplemente que no gritara a los cuatro vientos que creía en Dios, quiero decir
que en situaciones específicas, en las que una reflexión teológica era
perfectamente adecuada, de una u otra manera yo buscaba no tener que confesar
mi fe. Temía que al hacerlo fuera personalmente censurado por mis compañeros
comunistas, o menospreciado por los profesores a los que admiraba; además, también
temía ofender a personas que sentían una atracción poco saludable hacia ciertas
sustancias (o hacia otras personas).
Es indudable que las universidades públicas
son un campo ideológico en el que la espiritualidad de los jóvenes está
en un grave riesgo, y creo que esto se debe a que el pensamiento occidental ha
sufrido tres importantes transformaciones en el último siglo:
secularización, pluralización y privatización. El resultado de la
secularización es que las consideraciones espirituales han perdido su
influencia social; el resultado de la pluralización es que todas
las visiones del mundo se consideran igualmente válidas; y el resultado
de la privatización es que únicamente los argumentos naturalistas son
considerados dignos del debate público.
Como consecuencia, el joven universitario se enfrenta a un dilema aparente. La
opción racional, de acuerdo con el pensamiento secular, plural y privatizado,
consiste en relegar el ejercicio de la espiritualidad al nivel de un gusto
personal en el cual no vale la pena invertir demasiado tiempo, en respetar
todos los puntos de vista sin importar que estos sean lógicamente incoherentes
o éticamente defectuosos, y en desestimar la importancia de todo aquello que no
sea verificable por medio de los sentidos. La alternativa es ser señalado como
un ignorante de las teorías materialistas que han acabado con la autoridad de
la iglesia, intolerante a otros sistemas de creencias, y crédulo de relatos
fantásticos y cuentos de hadas.
Por eso quiero hablar de algo que no me dijeron en aquél momento. Cada día la sociedad
está más consciente de la importancia de hablar de sexualidad a los jóvenes,
pero pocos, si es que alguno, se preocupan por la castidad intelectual. Ésta
plática es sobre los tres grandes enemigos modernos del pensamiento que
ensucian y abaratan la cultura social.
En primer lugar, la mentalidad secular, que divorcia las
creencias supernaturales de las naturales, es una mentalidad que nos libra de
la responsabilidad de defender nuestra fe pero también secuestra el valor de nuestra
opinión sobre cualquier aspecto significativo de la vida. Es verdad que, en
principio, la ciencia (que gobierna nuestras creencias naturales) y la religión
(que gobierna nuestras creencias supernaturales) no intentan dar respuesta a
las mismas preguntas. Sin embargo, en muchos casos sus respuestas se superponen,
y debemos ser conscientes de ello.
Ejemplo 1. La ciencia podría refutar el relato de la creación
si prueba que el universo es eterno y nunca comenzó a existir (sin embargo, la
ciencia y el Cristianismo concuerdan en que el universo comenzó a existir).
Ejemplo 2. La resurrección física de Jesús podría explicar
hechos históricos conocidos, como el nacimiento del Cristianismo precisamente
en la ciudad donde su Cristo fue públicamente humillado, ejecutado y sepultado.
Esa ejecución debió haber sido una prueba contundente de que Jesús no era Dios,
y por eso los discípulos huyeron, temerosos y decepcionados. Pero de pronto los
discípulos volvieron y predicaron con más voluntad que antes, y mucha gente se
convirtió, incluyendo familiares, amigos, conocidos, enemigos y desconocidos, a
pesar de no tener nada que ganar y todo que perder.
Si Dios no existe, si no hay un Dios verdadero, entonces ser
cristiano, musulmán, budista o ateo es, a final de cuentas, intrascendente. La
elección debe obedecer únicamente al gusto personal de cada quien, lo mismo que
ocurre cuando se elige el equipo deportivo al cual apoyar. Nadie se pregunta,
por ejemplo, qué equipo de fútbol es el verdadero (todos son igual de malos).
Pero si Dios existe, si hay un Dios verdadero, entonces no hay nada más
importante que conocerlo y tener una relación personal con él. Toda otra
actividad es un aspecto periférico en nuestra vida que no debiera distraernos
de ese aspecto central. Pero con la creencia en un verdadero Dios viene otro
conjunto de creencias ineludibles, en especial con respecto a nuestras
obligaciones morales.
En segundo lugar, el problema con la mentalidad plural (que suena muy bien en
principio) radica en su vulgarización. Por supuesto que la tolerancia y el
respeto a la pluralidad es una virtud, pero hay que ver qué se tolera y qué se
respeta. A Voltaire se le atribuye una frase que él probablemente nunca dijo,
pero que resume bien su postura: no comparto tu opinión, pero defenderé con mi
vida tu derecho a expresarla. Originalmente, el concepto de tolerancia se
refería a respetar a las personas aunque se rechazaran sus opiniones. Hoy en
día, la noción de lo “políticamente correcto” nos ha llevado a respetar todas
las opiniones y, aún así, rechazar a las personas. Éste es un grave error. No
hay ningún motivo, ético o epistemológico, para aceptar y alentar creencias
demostrablemente falsas o mutuamente contradictorias.
Ejemplo 3. La sociedad moderna nos ha inculcado que nada es
objetivamente bueno o malo. Cada sociedad determina lo que es bueno o malo
según sus propios intereses y necesidades. En algunas comunidades uno ama al
vecino, y en otras uno come al vecino. ¿Quién tiene autoridad para decidir cómo
debe uno vivir, qué debe uno comer, en qué ha de gastar uno su dinero, con
quién se ha de casar, cuántos hijos ha de tener? Por otro lado la sociedad
moderna nos ha inculcado que la tolerancia es objetivamente buena, y que la
discriminación es objetivamente mala. Que es realmente malo que una persona
quiera adoctrinar a los demás según su fe personal, o que es realmente malo
impedir que las mujeres decidan sobre lo que ocurre en su cuerpo. Hoy en día se
impulsan campañas para que las sociedades moralmente atrasadas se deshagan de
sus prejuicios (o de lo contrario se impondrá la verdadera moral sobre ellos,
aunque sea a la fuerza). Pero estas dos creencias son claramente
contradictorias. ¿Existen los valores objetivamente o no? ¿La equidad de género
es o no es objetivamente buena? ¿El mundo sería un lugar mejor si todos
amáramos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, o esa es sólo una opinión
que funciona a veces, para unas personas y en circunstancias específicas?
En tercer lugar, la mentalidad privatizada, según la cual la
religión no produce ningún conocimiento, pretende injustificadamente que nunca
sean discutidos los conceptos de Dios, alma y salvación en espacios públicos.
Entiendo que no se hable de Dios en la clase de aritmética, biología o
geografía, pero ¿por qué no ha de hablarse de Dios en las clases de filosofía,
historia o artes? ¿Qué sentido tiene mencionar a Parménides, Platón, o incluso
Leibniz, si no se reflexiona sobre el fundamento y las consecuencias teológicas
de sus obras? Cuando Descartes dijo “Pienso luego existo…”, iniciaba un
argumento ontológico que culmina en “…por lo tanto, Dios existe”. ¿Por qué
hablar del primer paso pero no del último, que da sentido al primero?
Ejemplo 4. ¿Quién dice que el conocimiento empírico es el
único válido? Esta creencia, por cierto, es incoherente. No puede probarse
empíricamente que “el conocimiento empírico es el único válido”. Si la creencia
fuera verdadera, si el conocimiento empírico fuera el único válido, entonces
esa misma creencia sería falsa. Luego la creencia es incoherente y hay que
rechazarla.
Ejemplo 5. Además, debemos admitir que la realidad completa
incluye objetos inmateriales. Afirmar que “la realidad es sólo lo material”
implica negar nuestra conciencia, que es inmaterial, y al negar nuestra
conciencia negamos todo lo que ella produce, en particular la creencia de que
“la realidad es sólo lo material”. De nuevo, si la creencia fuera verdadera,
resultaría que es falsa.
Quizá alguien argumente que la religión no produce
conocimiento útil, pero debemos preguntarnos ¿útil para qué? ¿Para construir un
televisor? ¡Ciertamente la religión no es útil para eso! ¿Pero útil para
conocer a Dios? ¿Es útil conocer al Ser necesariamente existente, inmaterial,
atemporal, fuera del espacio y la energía, perfectamente bueno, máximamente poderoso
y con voluntad para crear, quien te ha dado la vida, y que además ha dado a su
propio Hijo para que tú tengas una oportunidad de disfrutar la eternidad con Él?
¡Si eso es tan siquiera posible, entonces no hay un bien mayor que el que la
religión nos puede dar!
Creo que mi consejo, si estás estudiando (o por estudiar) tu
carrera en una universidad pública (¡incluso en una privada!), es que no te
olvides de tu carrera en la fe. Aprende a articular y defender las doctrinas
fundamentales del Cristianismo. Nunca sabes cuándo tendrás una oportunidad de
dar razón de la esperanza que hay en ti (1 Pedro 3:15). Si te preocupas por
crecer como Jesús, en sabiduría, en estatura y en gracia (Lucas 2:52), te será
más fácil cumplir con la gran comisión (Marcos 16:15), usando la razón y la verdad
como tu principal arma y escudo (Juan 8:32).
Alfonso es profesor de física, investigador
en matemática educativa y administrador de torcacita.com